Había llegado al límite de su resistencia. Se encontraba en ese momento en el que el dolor el peor dolor, el que produce la soledad de espíritu amenazaba con con desbordarse en la más insondable desesperación. ¿Qué mejor prueba podía tener de la existencia de Dios que su insensato sufrimiento? Aun si existiera y fuese Dios de bondad, ¿no podría, en su soledad, reclamarle como interlocutor? Este último gesto de esperanza obró el milagro.
»No se trata de un libro escrito por mí, sino que me ha ocurrido a mí.»
NEALE DONALD WALSCH.
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