Por muchos años Colombia ha sido un país pobre con un gobierno pobre, con bastante competencia política y una fuerte tradición crítica hacia sus gobiernos. No daba para «serruchos » ni robos grandes. Si no por virtud, si por celos y por odios, sus políticos hasta cierto grado se fiscalizaban mutuamente, y la pequeña escala de la clase acomodada hacía muy visible cualquier ascenso repentino a la riqueza. No fueron corrientes los casos de gobernantes que salieran ricos después de ejercer el poder, y los burócratas mucho menos. En las tres últimas décadas este panorama ha cambiado (…) Han aparecido nuevas tentaciones y oportunidades en un nuevo ambiente. (…) Me parece que el país es ahora mucho más corrupto que antes. (1993) Malcolm Deas, historiador, Universidad de Oxford.
La corrupción ha vuelto a ocupar los principales titulares de los medios de comunicación en Colombia y en el mundo, su práctica se ha venido sofisticando, hasta convertirse en una nueva manifestación del crimen organizado.
El país se ha enriquecido notoriamente. Los entes territoriales, departamentos y municipios cuentan desde hace varios años con inmensos recursos provenientes del sistema de participaciones del presupuesto nacional y de los provenientes de las regalías. La existencia de empresas criminales en los diferentes niveles territoriales demanda a gritos estrategias para prevenir la corrupción en departamentos y municipios ahora enriquecidos. Si en Bogotá se han producido los fenómenos de corrupción que tienen alarmada a toda la nación, es apenas obvio suponer que en otras ciudades y en municipios, ahora con enormes recursos, latrocinios semejantes o peores están sucediendo. Hay que reiterarlo, se han perdido la vergüenza y el pudor. Familiares, amigos, socios, funcionarios entran en un arreglo de complicidad que permite ejecutar grandes latrocinios.
La reciente lista de escándalos y las cifras descomunales que los acompañan diariamente se están divulgando en todos los medios. Y todavía falta mucho por revelarse.
¿Por qué, una y otra vez, las estrategias anticorrupción se quedan cortas? Es la pregunta que sigue esperando una respuesta, pero una que tenga significado pragmático, que no se agote cómodamente, en encuestas de percepción y en indicadores, sino que apunte al fortalecimiento de herramientas que han demostrado su eficacia y esté orientada a producir resultados prontos, creíbles, que le den satisfacción a una ciudadanía justamente indignada.
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