Comandante Paraíso, la más reciente ¿novela? de Gustavo Álvarez Gardeazábal, es un monólogo del autor que se dedica a reflexionar sobre Colombia, su situación actual y las razones por las cuales se halla en la actual guerra (¿Cómo llamar a lo que sucede en Colombia? ¿Crisis, guerra, debacle, estado alterado…? Las palabras no alcanzan para definir o describir: Colombia es un país como no hay otro. Después de décadas de guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo, gobiernos autoritarios y centralistas, Colombia sigue en pie, se mantiene en una precaria democracia que parece ser más sólida que las democracias de mayoría de los países vecinos). La superficie —el estrato más aparente— de la ¿novela? Lo que nos ofrece es el relato del ascenso de un modesto campesino lechero, hasta el gobierno de un imperio del narcotráfico. El comandante Paraíso, este lechero convertido en capo, es un utopista, que pretende rescatar a Colombia mediante el poder de los narcotraficantes, enfrentándose a los guerrilleros, a los paramilitares, al ejército colombiano, a los Estados Unidos. Un proyecto loco, con deleznables bases éticas. Sobre dos andamiajes: el monólogo del autor sobre Colombia y el diálogo del comandante Paraíso con Gardeazábal (que se pone a sí mismo como carne de represalias, al utilizar su propio apellido y ligarlo con un jefe del narcotráfico, asunto que puede ser ficticio, pero que en un país como Colombia no se perdona— se levanta esta ¿novela? Insisto en poner la palabra entre signos de interrogación, porque el autor conscientemente introduce elementos históricos bien conocidos, revela secretos explosivos, analiza lúcida y despiadadamente la situación colombiana, se lanza como kamikaze contra la oligarquía colombiana que vive en Bogotá y pasa el tiempo tomando whisky y enriqueciéndose a costa de la miseria y la muerte del resto de los colombianos.
Tras leer esta ¿novela?, tras enterarnos de la cantidad de fuerzas contrapuestas que pugnan por dominar, exterminar —tomar el poder no creo que le interese a ningún grupo: la guerra —plantea Gardeazábal—es un gran negocio, un negocio de cifras estratosféricas, en el que salen ganando, ¿adivinen quién? En primera instancia los Estados Unidos: la industria bélica que crece como un cáncer y va carcomiendo todas las estructuras, corrompiendo cualquier intento de promover una política con sentido humanitario. El dinero de los narcos sirve para comprar armas, las armas las producen en Estados Unidos, la droga destruye el tejido social de la nación productora y de la nación consumidora… aquello es un coser y cantar, un nadar en sangre, con la apariencia de que la gran nación democrática lucha para que se arreglen las cosas, triunfen el bien, la democracia, los grandes ideales. ¿En verdad a los Estados Unidos —a ese país profundo, el dominado por las fuerzas del capital y los intereses trasnacionales— le interesa perder esos raudales de dinero?
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